–Aléjese, no lo conozco
–Disculpe, señorita extraña, estoy buscando a una muner y me preguntaba si la ha visto. Ella tiene un par de ojos que caben en los míos y siempre usa una sonrisa. Del cuello le cuelga un chocolate o una menta, siempre es lo mismo pero siempre cambia de sabor.
–No, no la he visto.
–Sí, mire. En su palma encuentro la medida perfecta de mi mano, y en su cuello la de mis brazos. Cuando la beso siempre río, a veces porque ella besa con los dientes apretados y yo con la mándibula abierta, a veces sólo porque sí o porque no.
–No, señor. No sé de qué me habla.
–Quizás si se la describo un poco más. Deme sólo un momento.
Cuando ella se recuesta en mi pecho el mundo gira más lento, el espacio se comprime y el tiempo se detiene. Los edificios salen volando.
La piel se me eriza cuando ella me roza.
–Mire, señor, no he visto a esa mujer de la que habla. Pero si quiere, puede quedarse conmigo.
–Claro, si es usted a la que estaba buscando.
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