martes

Lo amantes de Teruel.


Se levantan Diego e Isabel, los amantes de Teruel, cada noche.
Salen de sus tumbas, tomados de la mano, dispuestos a conocer un nuevo rincón de Aragón.
Han visto a la humanidad entera caminar, correr y tropezar,  y levantarse. Lo han visto todo desde que el amor los mató.
Pero no les importa estar muertos, están juntos.
Vagan por las angostas calles, entran a bares y a cafés, y se disfrutan, se ven a los ojos y se aman. Y se acarician, y se besan.
Ahora ni la familia importante de Isabel, ni la pobreza de Diego los puede detener. El mundo es suyo, el mundo está a sus pies.
Como el mundo ha estado siempre a los pies de los amantes.
Porque cuando se ama el mundo es de papel.

Augurio de una tormenta


Jack estaba sentado, con un cigarro en la boca y un libro en las manos. El clima pintaba a empeorar, pero justo en ese momento estaba perfecto: frío, con una leve brisa y sin  un rayo de sol. "Augurio de una tormenta", pensó. 

Llevaba ahí solo un par de minutos y no tenía planeado quedarse mucho tiempo. El pretexto del libro no lo convencía. Esperaba a una dama. La cita era a las 4, pero era poco probable que se presentara: no la había visto jamás y la conocía solo por un reflejo. Nunca tomaba decisiones aventuradas, como encontrarse con una completa desconocida un día cualquiera. Pero no soportó no arriesgarse con ella, con esos ojos profundos. No pudo resistir y cedió ante la tentación de invitarla a salir. No terminó de pensar en todo esto cuando sintió un rumor en su hombro. 

—¿Jack? Enunció una tentativa voz femenina. 

Dio vuelta. Ahí estaba. Con el cabello revuelto y la mirada fija. No había un rayo de luz pero ciertamente algo la iluminaba. Llevaba un vestido no muy ajustado que aun así enmarcaba su deslumbrante figura. 

—Sí, soy yo. Tú debes ser Nila. Es un nombre interesante. «¿Qué demonios se hace en estos casos?», pensó. Luego sólo atinó a preguntar:
—¿Caminamos?

Apagó su cigarro, guardó el libro en su viejo morral y se levantó de la silla. Esa tarde había menos gente de la acostumbrada en aquel parque, un lugar bohemio del que presumía conocer cada rincón. ¿Y ahora...? ¿Debía  tomarla de la mano, abrazarla, besarla? No supo qué hacer. Su ignorancia era explicada  por su falta de interés hacia la mayoría de individuos del genero opuesto. Por su apatía hacia tener una relación, su necesidad de soledad. 

Empezaron a caminar. Le preguntó sus gustos, su pasado, sus historias.  Su vida. Después de un par de cuadras estaba mas confiado, empezó a hacer bromas y quedó cautivado por su sonrisa. No prestó atención al tiempo, ni al lugar. Caminaron, hablaron y rieron. Se conocieron un poco mejor. 

Entraron a un bar no muy grande aún así con mucha gente. Estaba repleto, pero no prestaron atención a nadie, estaban juntos. 
Comenzaron a bailar.  Esa tarde no servían alcohol. 
Descubrió que no saber bailar no es tan importante. 
Descubrió que el mundo desaparece cuando estás con alguien. 
Los pies dolían, el cuerpo deshidratado y exhausto. 
La capacidad para seguir en pie era inversa a las ganas de hacerlo. ¿Cuánto tiempo fue? ¿3 horas, 4? ¿5?

—Es tarde, debo volver a mi casa. Nila casi mató el momento. 
—Vamos, quédate otra canción. Disfrútalo. Ya tendrá ocasión de acabar.   
Luego de bailar algún ritmo parecido a la salsa, se ofreció a acompañarla. Quería una oportunidad.
 Después de mucho caminar tomó su brazo, la hizo girar lentamente, sonrió y se vieron de frente. El tiempo pareció detenerse y todo desaparecer. La mirada de cada uno estaba clavada en el otro, fija. Un leve mordisco en los labios. Una suave caricia en la oreja. El tiempo pasó aún mas lento. La tenía entre sus brazos pero. 

—Me muero por besarte— dijo Jack. Apenas se reconocía. 
—Yo también. Rayos, quiero besarte— dijo ella— pero no puedo. 
—Lo sé. 
—Lo siento— agachó la mirada y tomó su brazo. 
—Dime. ¿Eres feliz con él?

 Enmudeció, Jack continuó hablando. 

—Déjate llevar, la brisa sopla a nuestro favor

Un delirio de audacia surgió. Por un segundo, la besó. Luego, ella se quitó. 

—Mírame a los ojos y dime que no quieres besarme. 
—Quiero, simplemente no soy capaz. 

Y no lo era. A pesar de la efímera relación que llevaba ¿Cómo arriesgar todo, cambiar todo por aquel extraño de apariencia desorganizada? Estaba confundida,  afligida por la idea de una posible traición y la oportunidad de una vida nueva. 
Su mente daba vueltas y vueltas ¿Qué podía hacer?
La respuesta era tan obvia que casi la golpea en la frente.  ¿Cómo no lo pensó antes? Lo que siempre hacía cuando se topaba con un problema: huir.
Tal vez exageró. Solo salió corriendo, se perdió de la vista hasta desaparecer. Él tuvo, por un segundo, la idea de perseguirla, pero se quedó estático, pensando. Ya tendría oportunidad de verla otra vez, además, no sabia qué rumbo había tomado. 
Inició el camino de regreso, pero en realidad no sabia hacia qué lugar. A todas luces era un entorno desconocido. Determinado, continuó avanzando por las mangas del azar. 
«¿Ya qué?» pensó. 
«¿Cuanto mas de mi me puedo alejar?»

domingo

Noviembre siempre se jacta de las mejores noches.



Aquí me tienes, en una noche de noviembre con una hoja de papel frente a mí y un lápiz en las manos, y no se me ocurre escribir ninguna palabra, no porque no me inspires, sino porque tengo miedo; tengo miedo de no tener talento suficiente para retratar todo lo que eres, todo lo que significas y todo lo que me haces sentir. 

Tengo miedo de empezar a escribir y que las palabras no surjan, o peor: que se detengan, que decidan no retratarte a la perfección, que decidan no retratar tu perfección.


Supongo que lo mejor que puedo hacer es contarte cómo me haces sentir,  que lo mejor que puedo hacer es decirte que a pesar de que puedo sentarme y escribir sobre cualquier cosa, a ti no puedo escribirte, porque eres infinita. Contigo no puedo porque eres mucho más grande que cualquier letra, palabra o 
papel en blanco. 
Mucho más grande que cualquier noche. 

Espero que esto te haga entender que significas para mí mucho más que un montón de hojas llenas con un montón de palabras, que significas para mí mucho más de lo que te pueda escribir. 

Que jamás terminaría de retratarte.

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