Cuando te vi sentí conocerte. Y cuando volteaste noté que tú también me conocías. Estábamos conectados, interlazados por ninguna cosa, pero ninguno daría un paso. Se perdería toda la magia que nos emergía y que no sabíamos que nos existía. Que no pensábamos posible fuera de una ficción.
No podíamos dejar de mirarnos, pero tampoco podíamos acercarnos. Nos bastaba, contemplar el casi inexpresivo seño del otro, que ocasionalmente soltaba un delirio de locura, de deseo.
Pasó y pasó el tiempo, teníamos cosas qué hacer pero ninguno quería irse, queríamos hacer de ese momento algo eterno.
Y lo es.
Nos contemplamos tanto que no podemos olvidarnos. Y aunque no te conozco, y aunque no sé tu nombre y recuerdo muy poco de tu cara, vives en mí desde siempre.
Siempre serás ese amor de una mirada.
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