Todo era perfecto, la vida ideal, cualquier cosa con la que un hombre podría soñar. Era feliz. Eso creía.
Tenía una empresa exitosa, y los carros, casas y demás lujos que esto conlleva.
Era bien parecido, sabía hablar en público y había aparecido un par de veces en televisión.
Exitoso entre las mujeres, le llovían a montones. Además sabía bailar y seducir. Había aprendido a complacer a una dama desde hace mucho tiempo.
Su mundo, por supuesto, se limitaba a las altas elites, se codeaba solo con gente “fina” y de poca estima. Una vida superficial.
Hasta que la conoció.
Aquella periodista de periódico de quinta. Fue a cubrir una nota, la inauguración del nuevo museo de arte moderno. Algo medianamente interesante que leer: lo único de ese periódico.
Fue su pinta quemeimportista y desfachatada lo que lo atrajo.
Para él era simple e incluso costumbre. Le invito un café y a salir otra vez. Le dio una probada de su grandioso mundo.
En poco tiempo ella estaba en ese entorno lleno de lujos y placeres. Estaba enamorada. O eso aparentaba.
Era una chica problema, de esas que no da un paso sin insultar a la autoridad.
Nunca lo imaginó, pero fue eso lo que poco a poco lo hizo caer. Esas aventuras, esos delirios de libertinaje; terminaron atrapándolo.
En realidad, pasó muy poco tiempo, pero fue suficiente para alterar su vida. Estaba tan inmerso en esa nueva locura, que su partida fue tan dura como un pájaro recién nacido que, abandonado por su madre y sin saber volar, no tiene otro destino que la muerte.
Al principio, parecía que todo volvía a la normalidad. Su empresa estaba intacta, y con ella su dinero. Volvió con sus antiguos conocidos a quienes pareció no importarles su corta ausencia. Su reputación intacta. Pero ya no era el mismo, tenía un vacío, un hambre que no saciaba con nada, con nadie.
Después de eso todo sucedió demasiado rápido. Nunca supo como comenzó, ni cuando, pero los eventos que acontecieron fueron inevitables.
En un abrir y cerrar de ojos, se vió parado en el centro de las vías del tren.