martes

Entrevista con el espejo.

—¿Por qué te fuiste?
—No sé. Según yo no me daba importancia.
—¿Te la daba?
—Sí, mucha.
—¿Entonces?
—Supongo que no era la forma en la que me hubiera gustado que me diera importancia.
—¿Cómo te la daba?
Perdonaba mis idioteces, me aceptaba inmaduro, frío y distante. Escribía mis iniciales en la nieve y compraba pulseras para que me acordara de ella. Era lindo. Era más de lo que muchos estaban dispuestos a dar. Yo nunca hice nada así. Una vez intenté dibujarla, pero tengo el talento pictórico de un niño de 5 años y nunca lo publiqué.
—¿Entonces cuál fue el problema?
—Que no la veía mucho.
—Mucha gente no soporta que las relaciones cambien.
—No cambió. Nunca nos vimos mucho.
—¿No verla mucho empezó, de un momento a otro, a molestarte?
—No. Siempre me molestó pero nunca se lo dije.
—¿Por qué?
—Porque pensé que así era ella, y que debía aceptarla tal y como fuera. Leí que el amor está en los “a pesar de” y no en los “precisamente por eso”. Quería quererla a pesar de todo lo que me molestaba. Ahora creo que la quería tanto que no soporté saberla lejos.
—¿Te arrepientes?
—No por mí. Lo que a mi me pase está bien. Pero no sé si me arrepiento de algo por ella. Tal vez nunca debí acercarme y así no me sentiría mal por lastimarla. Tal vez fue lo correcto y ambos aprendimos.
—¿Por qué te acercaste?
Se veía terriblemente bonita en su disfraz de Minnie. Luego me pareció interesante y me empezó a gustar, y me acerqué más, y más. Una vez que empecé no pude parar.
—¿Ahora la quieres?
—Sí. Pienso en ella todo el tiempo. Cada instante. Aunque se distanció, sigo encontrando la forma de enterarme, aunque sea un poco, de qué hace.
—¿Crees que ella te quiere?
—Sé que sí. Pero no estoy satisfecho con la forma en la que yo la quiero a ella.
—¿Hay posibilidad de volver a intentarlo?
—Ella es bastante para volver a intentarlo, mucho más de lo que cualquiera podría jactarse. Pero me conozco, seguramente la lastimaría. Cuando estoy con alguien, sin ninguna razón, me aburro, y me voy. Y cuando me voy soy un imbécil, un patán. Ya lo he hecho a otras personas. No quiero hacer eso otra vez. No la quiero lastimar.
—Deja que ella decida
—Evito que la gente que quiero pierda su tiempo con idiotas. En este caso ella es la gente que quiero. Yo soy el idiota. Sé que no congeniamos y le voy a doler.
—¿A ti no te va a doler?
—No. A mí no me duele nada. A veces pienso que estoy seco por dentro.

Lo amantes de Teruel.


Se levantan Diego e Isabel, los amantes de Teruel, cada noche.
Salen de sus tumbas, tomados de la mano, dispuestos a conocer un nuevo rincón de Aragón.
Han visto a la humanidad entera caminar, correr y tropezar,  y levantarse. Lo han visto todo desde que el amor los mató.
Pero no les importa estar muertos, están juntos.
Vagan por las angostas calles, entran a bares y a cafés, y se disfrutan, se ven a los ojos y se aman. Y se acarician, y se besan.
Ahora ni la familia importante de Isabel, ni la pobreza de Diego los puede detener. El mundo es suyo, el mundo está a sus pies.
Como el mundo ha estado siempre a los pies de los amantes.
Porque cuando se ama el mundo es de papel.

Augurio de una tormenta


Jack estaba sentado, con un cigarro en la boca y un libro en las manos. El clima pintaba a empeorar, pero justo en ese momento estaba perfecto: frío, con una leve brisa y sin  un rayo de sol. "Augurio de una tormenta", pensó. 

Llevaba ahí solo un par de minutos y no tenía planeado quedarse mucho tiempo. El pretexto del libro no lo convencía. Esperaba a una dama. La cita era a las 4, pero era poco probable que se presentara: no la había visto jamás y la conocía solo por un reflejo. Nunca tomaba decisiones aventuradas, como encontrarse con una completa desconocida un día cualquiera. Pero no soportó no arriesgarse con ella, con esos ojos profundos. No pudo resistir y cedió ante la tentación de invitarla a salir. No terminó de pensar en todo esto cuando sintió un rumor en su hombro. 

—¿Jack? Enunció una tentativa voz femenina. 

Dio vuelta. Ahí estaba. Con el cabello revuelto y la mirada fija. No había un rayo de luz pero ciertamente algo la iluminaba. Llevaba un vestido no muy ajustado que aun así enmarcaba su deslumbrante figura. 

—Sí, soy yo. Tú debes ser Nila. Es un nombre interesante. «¿Qué demonios se hace en estos casos?», pensó. Luego sólo atinó a preguntar:
—¿Caminamos?

Apagó su cigarro, guardó el libro en su viejo morral y se levantó de la silla. Esa tarde había menos gente de la acostumbrada en aquel parque, un lugar bohemio del que presumía conocer cada rincón. ¿Y ahora...? ¿Debía  tomarla de la mano, abrazarla, besarla? No supo qué hacer. Su ignorancia era explicada  por su falta de interés hacia la mayoría de individuos del genero opuesto. Por su apatía hacia tener una relación, su necesidad de soledad. 

Empezaron a caminar. Le preguntó sus gustos, su pasado, sus historias.  Su vida. Después de un par de cuadras estaba mas confiado, empezó a hacer bromas y quedó cautivado por su sonrisa. No prestó atención al tiempo, ni al lugar. Caminaron, hablaron y rieron. Se conocieron un poco mejor. 

Entraron a un bar no muy grande aún así con mucha gente. Estaba repleto, pero no prestaron atención a nadie, estaban juntos. 
Comenzaron a bailar.  Esa tarde no servían alcohol. 
Descubrió que no saber bailar no es tan importante. 
Descubrió que el mundo desaparece cuando estás con alguien. 
Los pies dolían, el cuerpo deshidratado y exhausto. 
La capacidad para seguir en pie era inversa a las ganas de hacerlo. ¿Cuánto tiempo fue? ¿3 horas, 4? ¿5?

—Es tarde, debo volver a mi casa. Nila casi mató el momento. 
—Vamos, quédate otra canción. Disfrútalo. Ya tendrá ocasión de acabar.   
Luego de bailar algún ritmo parecido a la salsa, se ofreció a acompañarla. Quería una oportunidad.
 Después de mucho caminar tomó su brazo, la hizo girar lentamente, sonrió y se vieron de frente. El tiempo pareció detenerse y todo desaparecer. La mirada de cada uno estaba clavada en el otro, fija. Un leve mordisco en los labios. Una suave caricia en la oreja. El tiempo pasó aún mas lento. La tenía entre sus brazos pero. 

—Me muero por besarte— dijo Jack. Apenas se reconocía. 
—Yo también. Rayos, quiero besarte— dijo ella— pero no puedo. 
—Lo sé. 
—Lo siento— agachó la mirada y tomó su brazo. 
—Dime. ¿Eres feliz con él?

 Enmudeció, Jack continuó hablando. 

—Déjate llevar, la brisa sopla a nuestro favor

Un delirio de audacia surgió. Por un segundo, la besó. Luego, ella se quitó. 

—Mírame a los ojos y dime que no quieres besarme. 
—Quiero, simplemente no soy capaz. 

Y no lo era. A pesar de la efímera relación que llevaba ¿Cómo arriesgar todo, cambiar todo por aquel extraño de apariencia desorganizada? Estaba confundida,  afligida por la idea de una posible traición y la oportunidad de una vida nueva. 
Su mente daba vueltas y vueltas ¿Qué podía hacer?
La respuesta era tan obvia que casi la golpea en la frente.  ¿Cómo no lo pensó antes? Lo que siempre hacía cuando se topaba con un problema: huir.
Tal vez exageró. Solo salió corriendo, se perdió de la vista hasta desaparecer. Él tuvo, por un segundo, la idea de perseguirla, pero se quedó estático, pensando. Ya tendría oportunidad de verla otra vez, además, no sabia qué rumbo había tomado. 
Inició el camino de regreso, pero en realidad no sabia hacia qué lugar. A todas luces era un entorno desconocido. Determinado, continuó avanzando por las mangas del azar. 
«¿Ya qué?» pensó. 
«¿Cuanto mas de mi me puedo alejar?»

domingo

Noviembre siempre se jacta de las mejores noches.



Aquí me tienes, en una noche de noviembre con una hoja de papel frente a mí y un lápiz en las manos, y no se me ocurre escribir ninguna palabra, no porque no me inspires, sino porque tengo miedo; tengo miedo de no tener talento suficiente para retratar todo lo que eres, todo lo que significas y todo lo que me haces sentir. 

Tengo miedo de empezar a escribir y que las palabras no surjan, o peor: que se detengan, que decidan no retratarte a la perfección, que decidan no retratar tu perfección.


Supongo que lo mejor que puedo hacer es contarte cómo me haces sentir,  que lo mejor que puedo hacer es decirte que a pesar de que puedo sentarme y escribir sobre cualquier cosa, a ti no puedo escribirte, porque eres infinita. Contigo no puedo porque eres mucho más grande que cualquier letra, palabra o 
papel en blanco. 
Mucho más grande que cualquier noche. 

Espero que esto te haga entender que significas para mí mucho más que un montón de hojas llenas con un montón de palabras, que significas para mí mucho más de lo que te pueda escribir. 

Que jamás terminaría de retratarte.

lunes

Encenderla a ella con la mirada.

Jack tomó su saco, se echó loción y salio de su departamento. Colocó seguro a la puerta, bajó las escaleras, abrió la puerta de su auto, subió y lo encendió. Al cruzar la reja le deseó una buena noche al portero y condujo.
Recogió a Ian, su amigo, y se dirigió al bar.
Bajaron, pidieron una mesa, y hablaron.

A la mitad de la noche, después de muchas copas, después de muchos bailes con muchas quién sabe quiénes, volteó a la puerta, vio entrar dos ojos que se descubrían el cabello negro con una mano suave y frágil. Vio una sonrisa sobre un cuello apetecible, sobre un escote que casi cubría unos pechos aun más apetecibles. Vio un vestido negro que enmarcaba una preciosa y femenina figura que desentonaba con la fragilidad e inocencia que proyectaba la cara.
Se levantó, dejo a su amigo a la mitad de una charla sobre la causa de la vida en la tierra, pero no se dio cuenta; el mundo desapareció para él: ya no estaba en ese bar, ni era de noche, ni estaba con su amigo ni borracho; ya ni siquiera era él.
La tomó del brazo, con seguridad y delicadeza, hizo que girara para quedar de frente, tomó su cuello y la besó. Ella intento alejarse el primer segundo, pero todos los siguientes se aferro a él, acariciando su nuca con las manos, recorriendo su espalda con los dedos. Solo se soltaron cuando otro cliente los empujó por accidente mientras intentaba salir. Entonces se vieron a los ojos un instante y se dirigieron a la barra, él pidió un whisky para cada uno.

Vaya, eres escritor.
¿Cómo lo sabes?
Tienes una pluma en el bolsillo.
Supongo entonces que eres prestidigitadora, y yo que no creo en esas cosas.
Una pluma en el bolsillo, y tinta entre las uñas. Un escritor.
Llámame Jack.

Seguían hablando, pero querían comerse. Se devoraban con la mirada, y con la imaginación. Construían, cada uno en su mente, miles de escenarios donde honraban el milagro de estar vivos.

Yo soy Nila.
¿Vienes seguido, Nila? Nunca te había visto. De ser así nunca te habría dejado marchar.
No, quedé de encontrarme con una amiga, supongo que tendrá que esperarme.
Yo también vine con un amigo, está por allá.
Se ve bastante solo.
Todos lo estamos.
Escribo todo el día pero soy contador. ¿Tú a que te dedicas?
Soy actriz.

Se terminaron los whiskys, ella iba a pedir otro, pero él la interrumpió.

Me peguntaba si me acompañas a caminar, este lugar huele a orines y a ceniza.
¿A caminar a dónde?
No sé, vamos a perdernos.

Ambos salieron, él le prestó su saco, ella sacó un cigarro y él su encendedor, la vio a los ojos como si, en lugar de encender el tabaco, pudiera encenderla a ella con la mirada.

Nunca volvieron.

sábado

En caso de emergencia.

En caso de emergencia corra, tropiésese y levántese.
En caso de emergencia lea.
En caso de emergencia borre todo lo escrito o léalo en voz alta.
En caso de emergencia vuele.
En caso de emergencia cierre el libro.
En caso de emergencia abra la puerta.
En caso de emergencia muera.
En caso de emergencia salte por la ventana.
En caso de emergencia cante.
En caso de emergencia grite.
En caso de emergencia calle.
En caso de emergencia bese.
En caso de emergencia ame.
En caso de emergencia duerma.
En caso de emergencia quédese despierto toda la noche.
En caso de emergencia camine.
En caso de emergencia monte en bicicleta.
En caso de emergencia viva.
En caso de emergencia rompa el protocolo.

En caso de emergencia continúe usted en los comentarios.

Tomar café por la mañana

Tomó su saco y salió. Iba a una fiesta. Nunca lograba nada, pero tenía la esperanza de no cenar, pero que le llevaran el desayuno a la cama. Una bella dama, usando su camisa y con el cabello amarrado.
—«Buenos días ¿Quieres café?» Ella diría.
—«Sí, gracias» ¿Cuál era su nombre? Él pensaría.
Saldría por la puerta, investigaría dónde fue a parar para luego regresar a su casa. Entraría a la ducha, escribiría otro capítulo y, a las 9 en punto, tomaría su saco y saldría. Iría a otra fiesta y haría lo que mejor sabía hacer: tomar café por la mañana en la casa de una desconocida.

Datos personales

Lectores: